lunes, 18 de octubre de 2010

Debajo de mi cama

En la tarde dominguera de ayer (sí, lo reconozco, fue ayer) me sumergí en uno de los pensamientos más profundos y trascendentales del día… ¿Qué hay debajo de mi cama? Lo sé, no es una cuestión habitual, no es una de esas preguntas que uno se hace a diario, ni siquiera cada semana o cada año… bisiesto. Vale, algunos no nos la hubiéramos hecho nunca de no ser por otros que nos han incitan a ello (hum hum, un saludo a mi profe de Literatura)
   Pues bien, os confieso que el primer pensamiento que trató de dar respuesta a esta cuestión fue el mismo que el del 98% de vosotros… ¿Qué que hay debajo de mi cama? Pues pelusas (para los más audaces quizás aquello de polvo, pelos y ácaros…vamos, pelusas).  Con el paso de los minutos recordé que mi cama no es como el común de la camas, es especial, muy muy especial, especialísima, porque debajo de ella no sólo hay pelusas (que las hay)…sino que también hay cajones. Y no unos cajones cualquiera, unos cajones de madera beige con un acabado mate y alicatados con una semi…vale sí, ¡Unos cajones cualquiera!
  Pero este hecho cambia la pregunta, porque ahora lo que queremos saber (he dicho queremos, sí) es, ¿Qué hay dentro de esos cajones? ¡Pues allá vamos!
En el primer cajón guardo mis queridas botas de invierno, tan calentitas por dentro como impermeables por fuera, unos zapatos de tacón de tacto suave y unas manoletinas doradas, con algún que otro rasguño del trote. En el segundo cajón he visto una caja vacía y un par de mochilas usadas.  El tercero está reservado para las pelotas y balones: la amarilla y rugosa de la piscina, la naranja punteada de baloncesto, la blanca y suave para fútbol y alguna de esas peludas de tenis. Finalmente, el último cajón, es el que contiene la caja azul y rectangular donde guardo los adornos y ya os podréis imaginar que allí hay de todo, bien organizado, pero de todo. Encontramos un arlequín con un traje largo, rosa y brillante, una máscara veneciana llena de purpurina, una bola de nieve de Toledo y una réplica del acueducto de Segovia con algún esporcillón en la base, entre lo más destacado.
 Supongo que creeréis que eso es todo, que aquí acabó la historia y, por tanto, mi reflexión profunda de ayer…PUES NO. Ahora empieza lo interesante, ahora  sí, sí que sí, porque mi mente al fin vio la luz, esa que proyectaba la bombilla encendida encima de mi cabeza y descubrió lo más importante del mundo de debajo de mi cama, lo que realmente la hace tan especial... (Momentos de intriga…)  mis vecinos.
 Os presento a mis amigos del cuarto Rosa y José, una pareja joven y educada con un par de niños un tanto despistados. Rosa es una mujer moderna y atractiva, sus ojos de color verde apenas se intuyen tras su flequillo rubio y su piel blanquecina resalta aun más sus labios de color naranja. Su marido José, es un hombre clásico y tranquilo, del que no conozco muy bien ni su voz, ya que apenas le veo. Los peques Rocío y Santiago son como todos los niños, traviesos y escurridizos.
  En el tercero vive Doña Carmen, una ancianita viuda de pelo blanco y nacarado, sus manos suaves no dejan de acariciarte las mejillas cuando te ve. Su voz parece un susurro, todo en ella es silencioso, sigiloso, hasta sus andares. Los vecinos del segundo son: Héctor, Álvaro y Ramón. Como podéis imaginar son tres estudiantes jóvenes, divertidos y  ruidosos que alquilaron hace unos años el piso para finalizar sus carreras y que parece van a estar mucho tiempo en él (ningún vecino lo duda, ni siquiera ellos). Y para finalizar mis vecinos del primero, Susana y Felipe, una pareja simpática y agradable recién mudada al barrio.

Ya veis que lo que parecía ser un triste lugar oscuro y abandonado, ha resultado ser todo un mundo lleno de cosas, personas e historias que contar. Y para aquellos que bajo su lecho sólo encontraron pelusas ¡No se mortifiquen tanto! a mí no me parece tan malo, y se me ocurren dos ideas que lo justifican.
   Por una parte, las pelusas son el sustento de las abuelas y su manía de decirte que barras por debajo de la cama que seguro hay pelusillas de envidia… pensad en ello… qué pasaría si barres y no las hay. Vaya decepción para una abuela que no tiene ganas de aprenderse otro refrán tan resultón como este. Y por otro lado, poniéndonos un poco tiernos… Creo que el sueño de cualquier cama es crear esos pequeños peluchitos suaves y grises a quienes cuidar y engordar con el paso de los días.
Llegados a este punto (para el que haya llegado, claro) y si después de toda esta historia, no tenéis ganas de encontrar una conclusión, ya os la doy yo:
MIRAD DEBAJO DE VUESTRA CAMA, ya sea porque os aburrís, porque perdisteis algo hace mucho tiempo y es vuestra última esperanza encontrarlo o porque algún día hay que barrer por allí…. Y por supuesto, no os olvidéis de…
 ¡¡¡¡¡CONTARME QUE HABÉIS ENCONTRADO!!!!!!!

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